La autoestima es la percepción que tenemos de nuestro propio valor. Una autoestima sana influye en la forma en que nos relacionamos con los demás y enfrentamos los retos cotidianos.
Cuando es baja, puede manifestarse en inseguridad, miedo excesivo a equivocarse o necesidad constante de aprobación. Reconocer estas señales es un primer paso para trabajar en ella.
La infancia y las experiencias tempranas tienen gran influencia en la construcción de la autoestima, pero nunca es tarde para trabajar en ella y modificar creencias limitantes.
Rodearse de personas que valoren y respeten también contribuye a mejorar la percepción de uno mismo, mientras que los entornos tóxicos suelen reforzar inseguridades.
Practicar la autocompasión —tratarse con la misma amabilidad que a un ser querido— es clave para aceptar los errores sin perder confianza en nuestras capacidades.