Estrés: cuando tu cuerpo te pide que pares pero por dentro sigues corriendo

Estrés: cuando tu cuerpo te pide que pares pero por dentro sigues corriendo

El estrés no siempre se nota con grandes señales. Descubre cómo identificar sus síntomas, qué efectos tiene en tu cuerpo y mente, y qué pequeños pasos puedes dar para recuperar el equilibrio y bienestar.

El estrés no siempre se presenta con grandes señales. A veces llega en forma de tensión en los hombros, cansancio que no se quita ni durmiendo o una mente que no encuentra el botón de pausa.
Y lo curioso es que, aunque creamos que “ya nos hemos acostumbrado”, el cuerpo no se acostumbra: se adapta… hasta que empieza a pasarte factura.

Durante años he acompañado a muchas personas que, como tú, viven intentando sostenerlo todo: trabajo, familia, proyectos, expectativas. Lo hacen bien, incluso muy bien, pero por dentro sienten que algo se va apagando poco a poco.
Y no es falta de fuerza, ni de motivación. Es simplemente estrés acumulado.

Lo que está pasando dentro (aunque no siempre lo notes)

Cuando el cuerpo y la mente permanecen en alerta demasiado tiempo, empiezan a desajustarse cosas que no siempre relacionamos con el estrés: digestiones más lentas, más cansancio, irritabilidad, dificultad para concentrarte o incluso pequeñas pérdidas de memoria.
Y algo que observo mucho: el estrés también cambia cómo nos hablamos a nosotras mismas. Aparece la autoexigencia, la sensación de no llegar nunca, el “debería poder con todo”.

El problema es que el estrés no se apaga solo. Se alimenta de la rutina, de la prisa y del silencio que ponemos entre lo que sentimos y lo que mostramos.
Por eso, cuanto más lo ignoras, más sutil se vuelve… pero más espacio ocupa.

A veces creemos que “cuando pase esta etapa” todo se calmará. Pero si no cambiamos la manera de funcionar, el cuerpo solo cambia el motivo del estrés, no su intensidad.
Y eso acaba generando un círculo del que cuesta salir: cuanto más te esfuerzas por controlarlo todo, más te alejas de lo que te da calma.

El estrés también se infiltra en cómo piensas y decides

Una de las cosas que más veo en consulta es cómo el estrés va alterando la forma de pensar.
No solo estás cansada: tu cerebro se vuelve menos flexible, más rígido. Te cuesta ver opciones, te vuelves más crítica contigo misma y tomas decisiones con una mezcla de prisa y miedo.
Y no porque no sepas hacerlo mejor, sino porque tu mente está intentando sobrevivir.

Cuando vives en modo alerta constante, tu cuerpo interpreta casi todo como una amenaza.
Por eso te cuesta desconectar incluso en los momentos de descanso, o sigues dándole vueltas a todo aunque estés en la cama o en una cena con amigos.
El estrés hace que el cuerpo y la mente funcionen como si hubiera un incendio permanente: no hay tiempo para relajarse, solo para reaccionar.

Y en ese estado, la capacidad de disfrutar se reduce.
Pierdes curiosidad, motivación y conexión con lo que antes te ilusionaba.
No porque no te importe, sino porque tu energía está concentrada en mantenerte a flote.

Lo que sí puedes empezar a hacer, no hablamos de teorías sino de la vida real

No necesitas transformar tu vida de golpe. Lo que de verdad funciona es empezar con pequeños ajustes que devuelvan equilibrio a tu sistema.
Algunos de los que trabajo en consulta —y que puedes aplicar desde hoy— son estos:

  1. Dale estructura al descanso
    No es solo dormir más. Es enseñarle a tu cuerpo cuándo puede relajarse y cuándo necesita activarse.
    Tener horarios más o menos regulares, bajar el ritmo antes de dormir y desconectar de pantallas ayuda más de lo que imaginas.
    El cuerpo necesita rutinas para sentirse seguro. Cuando hay estructura, la mente puede bajar la guardia.

  2. Alimenta tu calma desde lo cotidiano
    Comer sin prisa, salir a caminar, tener contacto con la luz natural o hacer pausas reales entre tareas. No son “lujos”, son pequeñas intervenciones que devuelven estabilidad al cuerpo.
    Si el día está lleno, empieza por cinco minutos. Pero que sean tuyos, sin hacer otra cosa al mismo tiempo.

  3. Revisa tu diálogo interno
    El estrés no solo agota el cuerpo, también la forma en la que nos tratamos. Empieza por observar cómo te hablas cuando te equivocas o cuando sientes que no estás “a la altura”.
    Esa voz interna, si la suavizas, puede convertirse en tu mejor aliada. No necesitas motivarte a base de exigencia, sino de acompañamiento.

  4. Aprende a decir que no
    Poner límites no es egoísmo, es regulación. Cada vez que te exiges más de lo que puedes sostener, estás enseñándole a tu cuerpo que su descanso no importa.
    Decir que no es una forma de decirte sí a ti misma. Es darle espacio a lo que realmente te importa.

  5. Vuelve a conectar con lo esencial
    A veces el estrés aparece porque nos hemos desconectado de lo que realmente nos importa.
    Volver a hacer algo que te guste, aunque sea por unos minutos, puede ser una manera sencilla de recuperar energía.
    No hace falta que sea algo grande; a veces basta con rescatar algo que antes te hacía bien y que dejaste de lado “por falta de tiempo”.

 

Cuando el cuerpo habla más claro que la mente

Hay momentos en los que el cuerpo toma la delantera: empieza con pequeñas molestias, cansancio constante, cambios en el apetito o el sueño, o una sensación de estar “al límite” sin saber por qué.
Y ahí es cuando conviene parar y escuchar.

El cuerpo no te está traicionando. Te está avisando.
Te está diciendo que no puede sostener el ritmo actual sin consecuencias.

He visto a muchas personas llegar a ese punto en el que sienten que ya no pueden más. Pero también he visto cómo, poco a poco, se puede recuperar el equilibrio.
Porque el cuerpo tiene memoria de bienestar, y cuando empezamos a tratarlo con cuidado, responde.
Recuperas energía, claridad, ganas, y algo mucho más profundo: la sensación de volver a estar presente en tu vida.

 

Lo que hay detrás del estrés: la necesidad de control

En muchos casos, el estrés no viene solo del exceso de tareas, sino del intento constante de controlarlo todo: que nada se escape, que todo salga bien, que nadie se decepcione.
Esa necesidad de control —tan humana— nos lleva a vivir en alerta, a intentar anticipar cada posible problema, a funcionar sin descanso.

Pero el control absoluto no existe, y cuanto más lo perseguimos, más cansancio genera.
Soltar no es rendirse, es confiar en que sabrás responder a lo que venga.
Y ese cambio de enfoque libera una cantidad enorme de energía mental y emocional.

 

Una idea que siempre repito

El estrés no es solo “estar mal”. Es una señal de que algo necesita cambiar.
No se trata de eliminarlo por completo, sino de aprender a escucharlo antes de que se convierta en un grito.
Y eso no se logra con fórmulas mágicas, sino con presencia, con consciencia y con pasos pequeños pero consistentes.

El cuerpo siempre habla.
Lo que pasa es que muchas veces estamos tan acostumbradas a funcionar en modo automático que dejamos de escucharlo.
Pero cuando empiezas a hacerlo, algo cambia: vuelves a sentirte más en calma, más clara, más tú.

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